ESCRITO POR: ADRIAN AMADO
Cristo y la cruz
La crucifixión de Cristo es uno de los hechos más importantes de la historia universal. Después de su llegada y de su muerte el planeta entero ya no fue igual. Las estructuras religiosas que hasta ese momento tenían el dominio total de sus fieles y que legitimaban el poder romano, fueron cuestionadas por una multitud que crecía sin detención. Por otro lado, el gobierno romano se encontraba en una encrucijada, ese hombre descendiente de una familia pobre proclamaba sin ningún tipo de problemas la igualdad social y espiritual ante único Dios.
El abordaje del tema requiere una recorrida fugaz por la situación sociopolítica de Judea en la época de Jesús.
El territorio palestino estaba totalmente sometido a los gobernadores de Roma desde la época de Pompeyo (45 a.C. aproximadamente), estas tierras pertenecían a la jurisdicción de Siria y estaba regida por un legado romano quien percibía los impuestos y mantenida el orden.
La hábil política de Roma permitía la existencia de un consejo de gobierno local, el SANEDRIN (consejo de la nación judía con asiento en el templo de Jerusalén) que administraba a la comunidad judía bajo la supervisión de un procurador romano y que encarnaba para los judíos la autoridad suprema, civil y religiosa a la vez. El control de ese consejo correspondía a los grupos más poderosos de la comunidad judía, interesados por su posición en evitar choques con el gobierno imperial. La política religiosa de Roma era, en general, tolerante. Augusto había autorizado a los judíos, que practicaran el monoteísmo, a no rendir culto religioso a los emperadores, comprometiéndose en cambio a orar por ellos antes su propio dios. Sin embargo muchos judíos, no veían con buenos ojos el dominio extranjero en la región, es por esa razón la prudencia con la que actuaban los gobiernos imperiales. Estos, evitaban intervenir en los complicados problemas religiosos del pueblo de Judea, a menos que estos amenazaran su propia seguridad.
Para los extranjeros, el judaísmo parecía no tener fisura alguna, parecía un solo bloque: un solo dios, una sola ley revelada por Dios a Moisés, con un solo templo. Ahora bien, ¿existió ese bloque tan compacto y sin fisura?, la respuesta no se hace esperar si nos remontamos a textos que relatan los hechos de esa época; no, no había tal compacto de creencias, esta comunidad se dividía en varios grupos que hacían acento sobre algún punto en particular en la ley de Moisés. De esta manera nos encontramos con los saduceos, sacerdotes con gran poder que dominaban el Sanedrín y que se amoldaban mansamente a las leyes romanas; los fariseos, apegados a la ley de Moisés se aferraban al rigor de las mismas y los esenios realizaban una vida de retiro y meditación. Cabe destacar que también se encontraban dentro o fuera de los grupos anteriormente citados otros grupos con posiciones totalmente extremistas como los zelotes o grupos como los herodianos que presentaba una llamativa pasividad con respecto al gobierno romano.
Teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, no tengo ningún tipo de dudas que Jesús fue un gran estorbo tanto en lo social como en lo religioso para esa sociedad, manejada por estos grupos, que de alguna manera u otra legitimaban totalmente al poder como se hacia ya en tiempos remotos.
Las lecturas sobre el tema y en forma puntual Los Evangelios del Nuevo testamento, saco a relucir la creciente oposición entre Jesús y quienes van a ser los causantes de su muerte.
Las enseñanzas de Cristo fueron revolucionarias para su época y es natural que hayan sido vistas como una amenaza para los poderosos. Muy por lo contrario, para los sometidos, en cambio, se abría un futuro más prometedor.
Tenemos que tener en cuenta que el mundo religioso en la época, limitado a lo riguroso no satisfacían las inquietudes espirituales de los pueblos, el Cristianismo aportó nuevos enfoques y nuevas esperanzas.
El nombre de Jesús se extendió por toda Galilea y Judea y también cabe destacar que atrajo a personas de otras regiones como de Fenicia.
Con un simplismo bastante llamativo para la época, Cristo predicaba a orillas del mar o en las alturas de las colinas. Uno de sus sermones que, desde mi punto de vista produce la rotura definitiva con la sociedad dominante fue cuando pronuncio las Bienaventuranzas en el Sermón del Monte:
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredaran la tierra. Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzaran la misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados cuando los ultrajen y persigan, y digan, mintiendo, cosas malas contra vosotros por mi causa; alegraos entonces, porque la paga es abundante en los cielos, y asi persiguieron a los profetas antes que a vosotros.”
Si leemos atentamente este sermón, no encontraríamos quizás alguna variante con respecto alo que profesaban la religión en ese momento, pero siguiendo con estas palabras nos encontramos una profunda división cuando dice:
“No penséis que he venido a abolir la ley ni los profetas; no he venido a abolir, sino a perfeccionar. Porque yo os digo que si vuestra justicia no fuese mas abundante que la de los escribas y fariseos, no entrarais en el reino de los cielos”.
Algunos de los puntos fundamentales de la doctrina llevada adelante por Jesús fueron los siguientes:
La igualdad de todos los hombres ante Dios, la salvación ya no dependía de la fortuna, de la posición o la practica de ritos o ceremonias, sino de la fe y las acciones del individuo. La pureza moral era más valiosa que el ritual.
La caridad y el amor al prójimo como normas de vida en relación con todos los demás seres, aun con los enemigos.
La recompensa celestial para los desdichados o perseguidos, para los que fueran capaces de abandonar las riquezas o las ambiciones en beneficio de otros.
La proximidad del juicio final que premiaría a unos y castigaría eternamente a otros.
La negación del egoísmo, la hipocresía, la vanidad o la venganza.
Jesús revoluciono las creencias, la salvación ya no dependería más de la obediencia minuciosa a los ritos como se planteaba y se exigía en ese momento, muy por lo contrario dependería de la fe, profunda y activa del individuo. Un niño podía estar más cerca de Dios que el más poderoso personaje. Ante esta proclama de igualdad, con esta escala de valores espirituales, podemos encontrar el desprecio y la persecución que se llevo a cabo contra Cristo y luego contra sus seguidores. Pero paralelamente también se puede encontrar y entender la adhesión apasionada de una gran multitud de gente humilde.
Su actitud frente a la vida también fue revolucionada: “Rogad por vuestros enemigos, bendecid a los que os persiguen, amad a los que os aborrecen y no tendréis ningún enemigo”, esto era muy extraño y peligroso para los romanos porque podían debilitar la voluntad nacional, el empuje en la defensa de los intereses del Estado. Pero también al mismo tiempo era peligrosa esa promesa de paz, que ya no se basada en la relación de vencedor y vencido. Fraternidad, amor, humildad, fe, caridad, palabras que resonaban como una esperanza en un mundo de sólidos bienes materiales, conquistados tan duramente y sacudido ahora por la amenaza de los bárbaros. Ese estilo de vida propuesto por una persona alejada al poder produjo serias consecuencia para los gobernantes y religiosos que querían mantener a la sociedad tranquila y sometida, en poco tiempo vieron que fueron al encuentro de esa persona, los más necesitados, los más perseguidos, así sintieron que sus estructuras se iban debilitando. Por otro lado el cristianismo encontró en esa gran cantidad de personas una primitiva y poderosa fuerza numérica. Gano a los esclavos y a través de ellos penetro en los hogares por medio de los hijos y las esposas de los amos.
Desde el punto de vista político, Jesús también fue un revolucionario, la estructura del gobierno romano se veía seriamente afectado, la proclama ya no era que el emperador tendría que recibir los honores divinos porque en el estaban reunidos los dos poderes: el temporal y el espiritual. Ahora Cristo dividía: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.”
Así el cristiano se transformo en un rebelde, un extremista que atentaba contra todos los principios e intereses nacionales. La doctrina cristiana y su difusión se convirtieron en un gran obstáculo para el gobierno absolutista. Había que combatir por lo tanto a ese grupo que crecía día tras día, fundamentalmente contra el orden político y social que podía hacer tambalear las bases mismas de la estructura romana.
Jesús comenzó a ser perseguido como mínimo vigilado, a irritación se acrecentaba, los judíos se sentían ofendidos al oír que Jesús les decía que “No es lo que entra por a boca lo que ensucia al hombre, sino lo que sale del corazón. Porque del corazón salen homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios y maldiciones”, en franca alusión a distintos cuestionamientos que estos le hacían.
El tiempote Cristo ya esta fijado, la reunión de los sumos sacerdotes, los escribas y los fariseos se llevo a cabo. la coincidencia fue notable, había que matar a Jesús. Muchos sostienen que no se atrevían por el temor al el gran numero de seguidores, lo cierto es que se llevo a cabo de todas formas.
Jesús se ve acosado por los poderes sociales, políticos y religiosos. Las acusaciones que le van a hacer mostrará más claramente el por qué le persiguen y le combaten.
Por un lado el Sumo Sacerdote lo interroga sobre sus discípulos y sobre su doctrina. Deja a la claras esta situación el problema de la ortodoxia para con él, pero a su vez el problema mayor es la ortodoxia de sus seguidores, es decir el movimiento de personas que a causado, la fuerza que a tomado, frente a la cual no tienen control los dominantes oficiales sobre la situación religiosa y social.
En el juicio ante el Sanedrín se lo acusa principalmente de querer destruir el templo, con respecto a esto las autoridades tienen en claro que Jesús no hablaba de la destrucción material del templo, sino se refería a algo mas profundo: la destrucción de esa iglesia y el levantamiento de una nueva fe, una nueva iglesia, esto produciría la caída de su poder.
Esta afirmación del templo nuevo que sustituye al antiguo era de por sí una blasfemia, que permitía la lapidación.
Las acusaciones frente a Pilatos cambian el tinte. El carácter de Mesías equivalía a ser el rey de los judíos. Los sacerdotes acusaron: “hemos encontrado a este hombre excitando al pueblo a la rebelión e impidiendo pagar los tributos al César y diciéndose ser el Mesías, Rey”.
Jesús, en efecto, podía “aparecer” como excitador del pueblo a la rebelión y como opuesto a la tributación. Sus enemigos se aprovechan de estas apariencias. Pilatos tenía que saber que el Mesías iba a ser enemigo de los romanos; toda la época y toda la región estaban llenas de expectativas mesiánicas y de levantamientos armados de tono mesiánico. Por eso pregunta a Jesús: “¿eres tú el Rey de los Judíos?”. Ante la pasividad de Pilatos, los sumos sacerdotes y los escribas le siguen acusando violentamente e insisten en que Jesús subleva al pueblo por medio de su enseñanza y que lo ha ido haciendo desde Galilea hasta Judea. Al notar que los resultados no son los queridos buscan otras variantes para que la autoridad lo declare culpable, amenazan a Pilatos con que si no condena a Jesús, que quiere hacerse rey y que como tal se opone al César, sufrirá el levantamiento y el despojo de la población, así, acaba por ceder.
Jesús es condenado a la crucifixión, pena que era por entonces típicamente política para los rebeldes contra Roma.
Conclusión
La muerte de Jesús no fue ni casual ni accidental. Fue una muerte inducida y violenta en la que se manifestó la conflictividad esencial que se da entre el Reino de Dios que Jesús anunciaba e inauguraba y el reino de los intereses y egoísmos de este mundo, incluidos los egoísmos disfrazados de fidelidad religiosa.
Es curioso lo que pasa en la muerte de Jesús. Intervienen casi todas las fuerzas religiosas, sociales, económicas y políticas del momento: los escribas y los sacerdotes, que eran los representantes autorizados de la religión de Israel; los fariseos, gente piadosa y hasta puritana; los saduceos, gente adinerada; las autoridades políticas, tanto las de ocupación como las autóctonas; el pueblo manipulado y cambiante, y hasta algunos seguidores de Jesús. Y resulta entonces algo que es muy típico en estas situaciones: todos tienen responsabilidad en lo que sucede, pero ninguno se siente responsable. Es el anonimato del mal. El mal tiende a hacerse anónimo. Pilato se lava las manos. Unos dirán que han sido los romanos, y los romanos que ha sido cosa de los judíos. Todos aportan lo suyo, pero nadie se reconocerá directamente responsable.
La gente que quiere el orden mata a Jesús porque perturba el orden establecido, el orden social. Jesús es un perturbador del orden al declarar que Dios es Padre de todos por igual. Estamos muy acostumbrados a decir «Padre nuestro», y seguramente no nos damos cuenta de que esta expresión implica que realmente no puede haber privilegiados ante Dios. Y esto Jesús lo mostró tan patentemente con su manera de actuar que los privilegiados no lo pudieron soportar. Con sus palabras y con su manera de comportarse con los socialmente marginados y excluidos de la sociedad y de la religión, Jesús anulaba los privilegios de los que se tenían por auténticos judíos, en lugar de endosarlos y confirmarlos, que es lo que ellos esperaban del Mesías que había de venir. El conflicto nace de ahí: esperaban un Mesías que confirmase los intereses de los bien situados religiosa y socialmente (los buenos de siempre), y llega uno con pretensiones de Mesías que acabará destruyendo el fundamento mismo de todo privilegio. Desde el primer momento y en toda su actuación posterior, Jesús no cuenta para nada con los bien situados. No es extraño que estos no le reconozcan: nace pobre en Belén; crece en Nazaret, un lugar sin importancia, hijo de una mujer de pueblo y de un carpintero; tiene una juventud escondida, sin estudios, etcétera. No es nadie en absoluto. Sólo esto ya era ofensivo. Y toda su vida sigue así: escoge a unos cuantos pescadores y a una gente que no contaba para nada dentro del sistema teocrático.
Pensemos lo que esto tenía que provocar en quienes creían en el sistema. Jesús no muestra ningún interés por las reivindicaciones nacionalistas y políticas de los grupos fanáticos, los «zelotes», especie de «guerrilla» en revolución permanente contra los romanos. Alguien ha querido defender que Jesús se habría identificado con estos grupos; pero no hay ningún fundamento histórico suficientemente sólido que lo confirme.
En cambio, sí podemos decir que Jesús, sin tomar actitudes directamente políticas, proclamaba y practicaba actitudes religiosas y humanas que traían consigo graves consecuencias políticas y sociales. Proclamar que Dios es Dios de todos por igual, y atender particularmente a los más necesitados no es hacer ningún manifiesto político, pero es minar las bases de toda política basada en el mantenimiento de privilegios y desigualdades.
Por eso encuentro en la acusación a Jesús una mezcla de acusación religiosa y política muy bien manipulada: aparentemente religiosa ante el tribunal religioso y política ante el tribunal político. Siempre, tanto en un lado como en el otro, Jesús es un estorbo, una molestia que tiene que ser eliminada. La gente de orden condena a Jesús porque perturba el orden social, y la gente religiosa, la gente de perfección, porque perturba el orden religioso. Los fariseos creían que sólo ellos se salvarían, porque cumplían la ley; lo esperaban todo de sus buenas obras, practicadas con exactitud meticulosa. Pero viene Jesús y se atreve a decir que las prostitutas y la hez del pueblo les precederían en el Reino, y que los que llegaban a última hora a trabajar en la viña tendrían el mismo sueldo que los esforzados de la primera hora. Con estos principios, todo el sistema religioso, basado en la ley, el templo, los sacrificios, el orden social, se tambaleaba. Un profeta así era peligroso; había que eliminarlo.
Estaban tan ciegos en la defensa de su sistema que no podían reconocer que un profeta así podía ser el enviado de Dios para recuperar la vida y la dignidad de los que la habían perdido, a causa de los pecados y los egoísmos de los hombres. Todo se podría resumir sencillamente diciendo que Jesús es condenado porque viene a proclamar a Dios no como poder, sino como amor solidario. Y este Dios no podrá ser aceptado por los que tienen su vida basada en el poder, ya social-político, ya religioso, y quieren que Dios venga a confirmarlo.